En tu lugar sólo había mucha gente que se empeñaba en hacer una oración a destiempo por tu alma. Pero ya no es necesario, ya no estás. Te fuiste con el Señor, estás a su lado pues moriste en su presencia.
Te busqué. Te esperé. Te llamé en silencio, pero sólo respondió tu ausencia, esa ausencia a la que no me acostumbro, que no asimilo, que no quiero aceptar. Esperaba que fuera un espejismo. No fue así. Ya no estás y eso duele, duele mucho más de lo que podía esperar.
Ni aún el estar ahí, en el preámbulo de tu partida, luchando por retenerte, viviendo tu dolor, tu agonía, tu dolorosa y lenta despedida, sintiéndome impotente y cuestionándome por no poder hacer nada para evitar tu viaje a la eternidad o al menos hacerlo menos doloroso. Ni siquiera eso fue suficiente para prepararme para tu partida. Nunca estás listo para tanto dolor.
El tiempo se detuvo a tus 97 años, 1 mes y 11 días. Se detuvo para ti, pero también para mi.
A veces me siento congelada en el tiempo y quiero retornar a los días en que reías a carcajadas con mis ocurrencias, en que estabas aquí, en que me mirabas con tus ojos azules como el cielo y reías con ganas.
Quiero despertar y sentir que esto es sólo una cruel pesadilla. Quiero llegar y encontrarte en tu silla de ruedas, en tu cama; decir "saludos para los viejos" y que me digas que te gusta mi peinado o mi ropa, pero que no ves, que es sólo un rayo de luz momentáneo que entró en tus ojos.
Siento que pude hacer más, que no fue suficiente el cuidado que te di, el amor que te expresé, los besos que deposité en tus mejillas, las visitas que te hice. Nada me prepara para tu ausencia, nada hará que regreses de tu morada celestial.
Ya no estás. Te llevaste un pedazo de mi corazón contigo. Has partido y eso es algo que debo entender, aceptar, asimilar. Pero es difícil, duele mucho. Debo dejarte ir, debo decir hasta pronto abuelita.
Te extraño mucho y te amo mucho más.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario